Colección de pinturas de Ana Luisa Rébora
Cuando conocí a Ana Luisa era una adolescente.
Yo no sabía que pintaba, pero ahora me doy cuenta de que ya lo hacía.
Luego que su hermano Roberto se fue a Italia dejé de verlos, pero siempre había un lazo muy fino que se encordaba entre nosotros.
Luego supe que Roberto había regresado porque vi que estaba editando unos libros pequeños, de un dieciseisavo, de varios autores.
De Ana Luisa sabía ahora sí que pintaba, que exponía, pero yo nunca iba a sus exposiciones. Hay protocolos que no logro cumplir, que no alcanzo a registrar debidamente.
Pero luego de encontrarme con Roberto, de manera sorpresiva, la mañana del jueves pasado en un café de Chapultepec, decidí ir a la presentación del libro El fuego y el hielo de Ana Luisa que hicieron esta noche.
La vi y me quedé sorprendido: Una mujer desenvuelta, jovial, alegre, que pinta la tristeza.
Una mujer que muestra lo que ve del mundo para que veamos que hay cosas en el mundo que uno no puede ver simplemente porque uno tiene prisa y va corriendo a todos lados siempre sin detenerse.
Al ver sus tintas observé dos cosas en ellas: Una, la soledad de Juan Rulfo; él en los campos mexicanos y ella y en los de Noruega, donde vive la mayor parte del tiempo (mientras no haya frío). Dos, la tristeza que da la obligación en las mujeres, y la alegría que solamente se manifiesta entre ellas, como puede uno ver reflejado en la película El Festín de Babette.
Pero también recordé las pinturas japonesas del sumi-e, hechas con una naturalidad que solamente da la destreza del uso del pincel y como dice sensei Seichiro solamente la práctica de una técnica te libera del peso de la rutina.
Algunas pinturas de Ana Luisa Rébora, ahora están contenidas en un libro hecho a mano por Taller Ditoria, presentado el día de hoy, pero su espíritu sigue libre como pude darme cuenta desde que la conocí.
Carlos Próspero
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