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…nunca existió un periodo más sacudido por el horror, por semejante pavor. Nunca el mundo había estado tan callado. Nunca el ser humano se sintió tan pequeño. Nunca tuvo tanto miedo. Su miseria clama al cielo; el hombre llora por su alma. Todo el periodo se convierte en una larga llamada de socorro. El arte grita desde la profunda oscuridad, grita por su espíritu. Eso es el Expresionismo.

Expressionismus, Hermann Bahr (1916)

Las palabras de Hermann Bahr sacuden nuestra mente como si hubieran sido escritas ayer mismo y hoy me sirven de motivo para hablar sobre el trabajo reciente de Ana Luisa Rébora, artista nacida en estas latitudes pero que por circunstancias de la vida ha tenido que tomar distancia geográfica. Es precisamente el distanciamiento geográfico el que lleva a Rébora a observar con conciencia y con dolor una realidad que para nosotros se pierde en lo cotidiano.
En su obra, ha logrado hablar como mejor sabe, es decir, a través de la expresión inmediata y de la emoción existencial de lo que vive y observa en ambos lados del mundo.

Colorista nata durante su primer periodo, el trabajo de Rébora ha tenido una evolución artística. Renunció poco a poco a su habilidad colorística para insertar en sus cuadros cada vez con más fuerza la “figura” hasta lograr en su más reciente producción una cierta monocromía y el trazo fuerte y contundente característico del expresionismo de las primeras vanguardias. Su residencia nórdica juega un papel relevante en relación al expresionismo y se traduce en su trabajo como una reminiscencia de esta corriente artística. Cabe recordar los parajes incendiados de Vincent van Gogh, memorables obras cargadas de una dimensión espiritual única, o tal vez el grito desesperado de Edward Munch, reclamo airado frente a la modernidad imperante, destructiva, tecnocientífica que amenaza y asola nuestra conciencia y nuestra vida. Tampoco dejo de pensar en “El incendio” como una cita obligada en la iconografía de José Clemente Orozco. El sincretismo plástico está patente y el apego de Rébora a estas tierras se delata en títulos como: “México triste” o “Cama de ángel”, donde pareciera que nuestro símbolo de independencia reposa tranquilo sobre una cama.

Así pues Rébora ha sabido también sacar provecho de la técnica de la monotipia, tal como en su momento lo hicieran los artistas del grupo Die Brücke (El Puente) al producir sus xilografías en un acto subversivo de frente a lo que la modernidad les ofrecía. Aprovechando una expresión atemporal de la técnica, Rebora regresa al gesto primario, primitivo e impulsivo que ofrece la recreación artesanal de este proceso. También logra con esto una obra que quizás no tenga nada que ver desde cierta perspectiva canónica con la poética de lo bello dada la construcción de sus deformaciones formales, su perspectiva y sus planos rotos. Sin embargo, sus obras resultan ser “bellas”, tal como ha sido históricamente bella la exaltación oscura, rebelde, taciturna y reflexiva del espíritu plástico.

Rubén Méndez






 

 





Inauguración
fotos: Inés Palomar